miércoles, 1 de junio de 2011

Excelencia y obsolescencia. Manuel Menor Currás.

Sólo evidencia obsolescencia de ideas para una gestión equitativa de la dignidad mínima que nuestra enseñanza debe tener.

Hace dos años, estuvo expuesta en el Arqueológico de Alicante el Discóbolo de Mirón, estrella del coleccionismo británico, cimera de la belleza escultórica en Grecia. Nadie osaría, sin embargo, cifrar exclusivamente en el Discóbolo el variado sentido de orden y armonía que tan excelentemente cultivaron los clásicos de muy plurales maneras. Pero en la educación madrileña todo vale. Sin reparar en sus graves discordancias éticas y estéticas, se quiere erigir como referencia exclusiva un proyecto de eficiencia con 80 bachilleres, escogidos con profesorado especial para revitalizar un IES casi abandonado.

UN CANON DE “EXCELENCIA” tan reduccionista como el publicitado no salva el menosprecio sistemático a la enseñanza pública que esta administración ha gestionado de manera compulsiva desde 2003, ninguneando, incluso, acuerdos de mejora ya suscritos, fruto de la negociación sindical, y no admitiendo denuncias por contravenciones de la legalidad vigente. Eso es lo polémico, pues nadie tiene nada contra una educación excelente de estudiantes y profesores: ¿qué otra cosa podrían querer los sindicatos y para qué, si no, las peleas sindicales? Lo inadmisible es que, a cuenta de la descarada segregación de unos pocos aventajados dentro de los ya discriminados centros públicos, se quiera salvar la deficiente atención a que se somete de continuo a la gran mayoría, justo cuando los recortes operados en lo más débil del sistema están en las antípodas de las exigencias de mejora inclusiva que requiere.

Fuente: TE CCOO Madrid Sigue leyendo en el desplegable.

El modelo elegido de “la excelencia” –tan exclusivo como aparente– denota nula voluntad de cambio en la actitud demostrada en todos estos años: reproduce, una vez más, la tozudez en vender palabrería a cuenta de nada: bajo coste y gran efectismo unidos a que, de todas las políticas posibles, es la que más daño puede
causar a la red pública; la “raza” que explicita este proyecto es la propicia a una razia depredadora. Se dispondría para la parte más selecta del sistema, la de más fácil gestión y menos exigente de recursos, los bachilleratos; nada de formación profesional ni ESO, donde están los principales problemas. Detraería a los mejores, dejaría los grupos y centros originarios en desventaja ambiental y, además, con la viva percepción de mediocridad ancilar. Así es de bueno, bonito y barato este crecepelo. Algo que, por demás, ya puso de manifiesto otro invento oportunista no menos falaz: el bilingüismo de baratillo.

Como fórmula de marketing, pretende llevar la necesaria discusión de la calidad a donde quieren los listillos de turno. Gesto tan teatral hacia la galería será aplaudido como valiente por los incondicionales aunque sólo evidencie obsolescencia de ideas para una gestión equitativa de la dignidad mínima que nuestra enseñanza debe tener. Por pesimismo o por dejación, niega categoría cualitativa a un conjunto cada vez más trunco y acrece su deterioro mientras deja intactos los determinantes del fracaso escolar de los alumnos. Con todo, lo más grave es que pretenda ignorar que la negativa repercusión de esta chulapería educativa –en los “nacidos para perder”, sobre todo– está fiablemente contrastada por prestigiados sociólogos internacionales de reconocida credibilidad.

Alejadísima del auténtico canon de “excelencia” educativa, esta versión neocon, monopolizadora del término, es otra muestra de la desinhibida capacidad de descubrir el Mediterráneo de que hacen gala algunos gobernantes. Expertos en trucos de alta rentabilidad electoral, bien saben que a los trepas y esquiroles les privan estas naderías simplistas, por insultantes que sean al sentido común tan invocado.

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